jueves, 27 de septiembre de 2007

Soy Winston Smith

Me siento vigilada. Pasó 1984 y Orwell fue agasajado. Pero hoy ya no parece recordarse fuera de los ámbitos literarios. Y sin embargo su historia sigue aquí, cada día más parecida. El Gran Hermano nos vigila y controla. Hay cámaras en las calles, en los comercios, en los aparcamientos. Yo tengo que enseñar mi DNI a un barrera de guardias todos los días, para pasar a mi casa por la C/ Mayor. En las calles a una señal de alarma, aparecen como setas después de una tormenta decenas de policías secretas, vestidos con vaqueros y camisetas y con un pinganillo en la oreja, que obviamente no es un MP3. Debajo de mi ventana, desde hace aproximadamente un mes hay aparcada una vieja camioneta. Es curioso, porque donde cualquier coche o furgoneta son sospechosos y revisados en sus aparcamientos, esta furgoneta, que ya parece en si sospechosa por lo sucia y abandonada, campa a sus anchas en su aparcamiento fijo. Si estás atento, ves entrar y salir a jóvenes normales, y si estás más atento, reconoces en ellos a esos policías secretos discretos que pasean sin rumbo. En todos los comercios, en sus puertas, policías privados -privados muchas veces de sentido común- que actúan por encima de la ley persiguiendo por las calles a los pequeños chorizos. Carreras que producen caídas de gente mayor y alarma. Por mi calle, peatonal, patrullan regularmente los coches de la policía municipal y nacional. De Sol a Ópera, despacio, mirando y no encontrando nada, como pasa siempre. Cuando hacen falta, no aparecen. Ultimamente han aparecido nuevos guardias de movilidad en bicicleta. Hay muchos. Parece que ya ni siquiera exigen determinada altura. Y te tratan con la condescendencia de quién se sabe con el poder sin argumentos ni formación, ni entrenamiento suficiente para organizar lo que se supone que organizan, el tráfico. En realidad son recaudadores de dinero, cazadores de multas con una ipod en lugar de escopetas. Y al final, cuando has sorteado toda la vigilancia, los controladores de la hora te ponen la guinda. Con sus bonitas camisas azul y verde esperanza patrullan sin descanso poniendo multas a diestro y siniestro. Aunque hay zonas de seguridad: por ejemplo, que alguien me indique si le han puesto alguna multa en la puerta de una pastelería Mallorca, mientras dejaba el coche en segunda fila. O en la entrada de un buen restaurante. Para todo hay clases y niveles. Y donaciones bienintencionadas de los comerciantes importantes.
Pero a pesar de todo cuando hablas con la gente, no se dan cuenta. O te argumentan que es por tu seguridad. ¿Sabéis de algún robo que hayan evitado estas medidas? ¿O de algún caco que haya sido detenido tras salir en estas grabaciones? Los policías secretas, discretos, se cruzan en sol con los ladrones, también discretos, pero fichados y bien conocidos por la policía, y realizan su trabajo con aparente relajación y bula.
Lo que me da verdadero miedo es que nos vamos acostumbrando. Un ciudadano honrado no tiene nada que temer. Pero no es verdad. ¿Y si ten confunden con un ciudadano que no lo es? ¿Y si cometes algún error contra las normas? La vara de medir no es la misma para los habituales que para los esporádicos.
El Gran Hermano está presente en el año 2007, en España, en Madrid. Trabaja desde la sombra para convencernos de que esta forma de vivir es la buena. Que la libertad solo aporta desorden y caos.

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