martes, 23 de marzo de 2010

El loro

Se ha muerto el loro de mi tio, Beto. Ha sido de repente, inesperado y mi pobre tío aún no lo sabe. Está en Madrid unos días y cuando vuelva al pueblo de Segovia donde vive, se va a encontrar el panorama. En si mismo la muerte del loro no parece importante. Es una mascota querida  nada más y nada menos. Pero es que mi tio tiene noventa años. Perdió a sus padres, a sus hermanos, a su mujer y hace ahora un año a su hijo mayor. En su casa vivían mi tia, mi primo Mariano, él, su perro Mozart, y depués le regalaron el loro, cuando ya mi tía había muerto. De modo que a mi tio se le han muerto todos los que vivían con él, excepto su perro, también anciano.
La muerte del loro es como un golpe más que se suma a eso que llamamos "las cosas de la vida", a los duelos que se suceden y que a veces se amontonan unos sobre otros. Mi tio es fuerte y tiene al resto de su familia, su hijo, su nuera y sus nietos. Y nosotros, sobrinos y cuñados, solo tres, mi madre, mi tía Anto y mi tío Miguel. Pero no puedo evitar llorar cuando pienso en el peso que lleva sobre sus hombros y preguntarme si merece la pena vivir cuando has perdido tanto. Supongo que sí, a pesar de todo, por los que quedamos.

Hoy

Hoy se me ha hecho largo el día. No se porqué. Me he levantado a las 9, he practicado las rutinas de siempre y luego a la compra, la casa. Ya habré contado otras veces que soy ama de casa circunstancial y solo desde hace unos dos años. El tiempo que hace que estoy en el paro. De modo que más tarde he hecho la comida "a mi manera": un paquete de repollo limpio y troceado que he cocido con un bote de judias blancas. He hecho un refrito con pimentón y voilá. Después recoger, salir a comprar una cosas para casa, darme una vulta por la fnac y sacar a mi perra. La cena y ahora estoy en mi mejor momento del día, frente a mi ordenador, en mi mundo y en mi espacio. Pero estoy cansada. Hasta mañana.