martes, 23 de febrero de 2010

Aroma

Hace casi nueve años que murió mi padre. El tiempo apacigua el dolor y la vida sigue. Pero de vez en cuando vuelven los recuerdos. Los buenos a menudo, porque siempre está conmigo. Y los malos, en la soledad de la noche, cuando recuerdo sus últimos días, sus últimos momentos. Fueron días largos y difíciles en los que paradójicamente el tiempo pasaba muy deprisa porque se acababa.
Cuando murió, un psiquiatra amigo de mi hermano nos aconsejó deshacernos de sus enseres y guardar sus fotos. Lo hicimos. Mi prima Merche, mientras nos ayudaba a mi hermano, mi cuñada y a mi a guardar la ropa de mi padre me sugirió que guardara para mi algo que me recordara mucho a él, que estuviera muy presente en su vida. Yo cogí su pastillero, aunque ahora mismo, la verdad, no se donde está. Afortunadamente, en el dolor del momento no tiramos muchas cosas que después he atesorado, como la colcha de su cama o sus cazadoras y zamarras. En el último momento guardé unas chalinas de caballero que él tenía desde hacía muchos años y que se ponía solo cuando se acatarraba, Las metí en una cajita y las tengo conmigo. Muy pocas veces abro la caja, pero cuando lo hago, me parece que me llega su olor. No le tengo a él, pero cuando me arrimo a la cara esos pañuelos, cuando los aprieto contra mi nariz y mi boca siento que conservan su aroma y que aún hoy, conservo una parte de él que nadie ni nada me puede arrebatar.

viernes, 5 de febrero de 2010

La crisis

Los políticos, los medios de comunicación, los banqueros, los sindicatos, las bolsas... Son una interminable fuente de noticias que me sumen en un estado de confusión semipermanente sobre la crisis económica que sufrimos. Los datos se interpretan y se interpretan según los intereses más espurios. De modo que en el país en el que habito se entrecruzan las noticias cada vez más pesimistas sobre nuestra situación, mientras la vida trascurre a nuestro alrededor casi con normalidad. Los pisos nuevos no han bajado. El paro aumenta. Los bancos siguen teniendo beneficios. Los empresarios se parapetan y se guardan lo ganado, mientras envían a la jubilación a los 52 años. Y para compensar, proponen aumentar la edad de jubilación a los 67 años.

La derecha mina sistemáticamente las decisiones del gobierno. Y el gobierno parece una marioneta en manos de un Zapatero del que cada vez más se duda que tenga soluciones para arreglar la situación. Pero es que la alternativa es Rajoy. Esto es para pegarse un tiro.

Alquilar un piso: parada con mascota

Es una misión imposible. Desde hace un año aproximadamente busco un piso de alquiler en un municipio de la provincia de Madrid, al sur. Los precios han bajado algo, aunque hay una gran distancia entre precios sin que se puedan argumentar diferencias cualitativas entre los pisos. El abanico en el que se mueven los alquileres para pisos de dos a cuatro habitaciones, con dos baños y garaje va desde los 800 a los 1000 mensuales. Aún así, el problema no es encontrar ofertas, sino poder alquilar siendo parado, ya que la mayoría exige la presentación de la nómina, aunque si puedo responder a los pagos y por supuesto dar la fianza correspondiente.
Pero el problema mayor en la presencia de mi mascota, una perra labrador maravillosa y buena (y lo digo como dato objetivo) que es una más de la familia, Sin embargo los propietarios de pisos por arrendar no permiten hacerlo a dueños de animales de compañía, ni aún ofreciendo, como yo hago, una cláusula especial en el contrato para prever posibles daños que pudiera ocasionar mi perrita.
No hay forma, me responden, más o menos educadamente, que no hay ninguna posibilidad de que me acepten con mi perra. Se que muchos estarán de acuerdo y que pensarán en el parquet, pero un país que no acepta a sus mascotas con normalidad no es un país civilizado, cosa que ya se de nuestra España, de cómo tratamos a los animales en general y en las fiestas populares en particular. De los pocos derechos que atribuimos a estos y de lo cerca que estamos de las conductas desadaptativas en este mundo imposible que nos rodea.

lunes, 1 de febrero de 2010

El dolor añadido de la distancia

Ha fallecido el pasado sábado la madre de Juan, el portero de mi finca, ecuatoriano afincado en España desde hace muchos años. Sus hijos viven aquí, y sus nietos, pero su madre quedó en su otra tierra, con los recuerdos de media vida y la necesidad de buscar nuevos horizontes, una vida mejor para todos. Aunque dejó su tierra, ha invertido lo que ha podido en una casa en Ecuador para su retiro. Pero aunque sus hijas dudan, sus nietos son españoles y  no quieren marcharse. Aquí todos tienen actualmente trabajo (aunque precario en algunos casos y duro siempre), un hogar que parece contraerse o expandirse según la necesidad de acogida y sobre todo, para los más pequeños, asistencia sanitaria y educación. Pero la madre de Juan, tan lejos y tan cerca ha muerto a muchos kilómetros de Madrid, y al dolor de la muerte se une el de la distancia, el de la culpabilidad por no estar, y la falta del consuelo de despedirse, de abrazarse a otros mayores, de enterrarla y llorar con la frente apoyada sobre su caja mortuoria y acariciar la madera como si de su piel se tratara. 
Lo siento. Hoy Juan está en su puesto como si nada hubiera pasado. El dolor, a todos nos pasa, hay que llevarlo por dentro y seguir como si nada. Juan no ha podido ir a Ecuador, supongo que por no pedir permiso en el trabajo y sobre todo por no gastar un dinero importante en el viaje, cuando ya no hay remedio. Pero los corazones necesitan llorar sobre sus raices, despedirse y cerrar las heridas. No me imagino lo que puede doler el vacío de una muerte tan lejos, de una noticia telefónica tan terrible. Es la vida de los inmigrantes. Lo siento de veras Juan.