martes, 23 de febrero de 2010

Aroma

Hace casi nueve años que murió mi padre. El tiempo apacigua el dolor y la vida sigue. Pero de vez en cuando vuelven los recuerdos. Los buenos a menudo, porque siempre está conmigo. Y los malos, en la soledad de la noche, cuando recuerdo sus últimos días, sus últimos momentos. Fueron días largos y difíciles en los que paradójicamente el tiempo pasaba muy deprisa porque se acababa.
Cuando murió, un psiquiatra amigo de mi hermano nos aconsejó deshacernos de sus enseres y guardar sus fotos. Lo hicimos. Mi prima Merche, mientras nos ayudaba a mi hermano, mi cuñada y a mi a guardar la ropa de mi padre me sugirió que guardara para mi algo que me recordara mucho a él, que estuviera muy presente en su vida. Yo cogí su pastillero, aunque ahora mismo, la verdad, no se donde está. Afortunadamente, en el dolor del momento no tiramos muchas cosas que después he atesorado, como la colcha de su cama o sus cazadoras y zamarras. En el último momento guardé unas chalinas de caballero que él tenía desde hacía muchos años y que se ponía solo cuando se acatarraba, Las metí en una cajita y las tengo conmigo. Muy pocas veces abro la caja, pero cuando lo hago, me parece que me llega su olor. No le tengo a él, pero cuando me arrimo a la cara esos pañuelos, cuando los aprieto contra mi nariz y mi boca siento que conservan su aroma y que aún hoy, conservo una parte de él que nadie ni nada me puede arrebatar.

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