miércoles, 26 de septiembre de 2007

El inesperado día del fin del mundo

Si hoy fuera el día del fin del mundo me entrarían las prisas. Tanto por hacer y tan poco tiempo. Me ha pillado el toro, como siempre. Tengo que arreglar la casa, recoger la ropa del tinte, embalar mis miniaturas y el cristal, cerrar las persianas... Mirar si lo cubren los seguros de hogar y accidentes que tengo contratados. Y decirle a mi gente lo mucho que la quiero. Lo mejor sería hacer una reunión para estar todos juntos cuando llegue. Pero ya sabes, todo el mundo tendrá ya otro compromiso. Este fin del mundo va a acabar como el rosario de la aurora. Lo veía venir. Esto no se puede consentir. Tendrían que habernos avisado con tiempo. ¡Que lo suspendan! Que lo pongan otro día. Sino, me quedaré con la sensación de que esto no está bien organizado. ¿De quien es la culpa? Seguro que de Zapatero dirán unos, pero yo creo que será cosa de Bush. Parece gafe. Bueno, sigo, tengo que mandar unos correos a mis jefes, de despedida (como no se acabe el mundo...) y quemar algunas cartas de amor. Ah, y facturas que a nadie le interesan. A este paso, tendré que citarme con un psicólogo por la tarde, porque estoy con una angustia..., hecha un manojo de nervios. Pero no, lo mejor será presentar una reclamación. Voy a llamar ahora mismo al ayuntamiento:
- Srta. donde puedo reclamar por este desatino.
- Un momento, no se retire - me ponen música-
- Siga a la espera -sigue la música-
- Sra. por favor llame Vd. a protección civil, a ver si la pueden informar. Aquí no sabemos nada.
- Pues páseme con el despacho del Alcalde
- Un momento, no se retire - me ponen música-
- Siga a la espera -sigue la música-
- Sra. la secretaria del Alcalde está ausente, no le puedo pasar. ¿Desea alguna otra cosa?
Cuelgo y llamo al 112. Supongo que el servicio de emergencias estará al tanto.
- Ha llamado Vd. al 112. En estos momentos todos nuestros operadores están ocupados, manténgase a la espera -me ponen música-
Después de 30 minutos cuelgo. No puedo permitirme perder el tiempo de esta manera. Está visto que si no me las arreglo sola no hago nada. Llamo a mi marido:
- ¿Enrique, has visto las noticias?
- Cariño, luego te llamo que estoy reunido.
- Pero Enrique...
- Luego te llamo, ahora no puedo. ¿Es que no puedes esperar?
- No, no puedo.
- Claro, tu siempre igual, siempre la primera. Pues ahora no puedo. Adiós.
Otro. Y yo con el fin del mundo a la vuelta de la esquina y con estos pelos. Y sin poderme despedir de Alejandro. Esto solo pasa en España. ¡Que país!.

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