Te hablo, pero no me oyes. Te explico, pero no lo entiendes. Te miro con el corazón en los ojos, pero no eres capaz de verlo. Me siento tan sola.
Acudo cada tarde a casa, después del trabajo, buscando la paz de un refugio seguro, mio. Me desnudo, me quito las joyas, los zapatos. Me ducho para quitarme el olor de un día entero de calle y de oficina. Y cuando acabo, llega mi enemigo, el hombre que me odia. Es el hombre con el que vivo, con el que estoy casada, el hombre que un día me amó, estoy casi segura, aunque nunca como le amé yo. A veces le miro mientras duerme y me parece que aún le quiero. Pero cuando está despierto, cuando le veo invadiendo mi espacio, ocupando mis lugares de la casa, abriendo las puertas que yo cierro y cerrando las que voy dejando abiertas... entonces me pregunto que ha quedado del tiempo que pasamos tan felices. Como sin darnos cuenta hemos terminado y convertido nuestra casa en... un campo de batalla. Bendigo los días en que viene mohino y no me habla. Maldigo los que viene un poco bebido. Entonces siento verdadero miedo de este hombre que no conozco. Le miro y leo en sus ojos el asco que le provoco. Saldría corriendo de mi casa, pero es mi casa y no voy a marcharme. Aguantaré. Pero por las noches, mientras me duermo, tirito de miedo, acostada a su lado, temiendo lo que pueda hacerme. Temiendo que para mi ya sea demasiado tarde.
(La foto -gracias- es de Juan José Laborda)
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