Quiero a mi hermano. Le quiero con todas mis fuerzas. Creo que sería capaz de hacer cualquier cosa por el. Y le quiero más porque conozco sus fuerzas y sus debilidades. Lo que le hace mejor y lo que le hace fallar a veces. Y conozco su lucha desde siempre, desde que era un niño: lucha por la superación, por la perfección.
Es un hombre inteligente y cultivado. Me sorprende con sus conocimientos, con una curiosidad natural que le ha llevado a ser un verdadero erudito en diversos temas, aunque el nunca lo reconocería. Yo no necesito enciclopedias. El es mi referente.
Pero es humano, y en la parte humana es donde tiene más problemas. Porque es un buen hombre, pero esa perfección que se exige a si mismo la quiere para todos. Y no puede ser. El sacrificio de marcarte una línea y seguirla pase lo que pase solo está al alcance de unos cuantos. No de la mayoría de nosotros. Y a veces el exceso de exigencia no te permite disfrutar de las cosas sencillas de la vida y de los que te rodean.
Pero no importa, en sus errores, mi hermano también es amado. Merece serlo, porque es un excelente hombre.
(La foto -gracias- es de Ángel Fernández)
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