miércoles, 24 de octubre de 2007

Has vuelto

Hoy el viento ha susurrado en mis oídos: ha venido. Y he corrido a buscarte emocionada. Te he encontrado en el pasillo y he mirado tus ojos. A ti todo entero, pero sobre todo tus ojos. Y en ellos he visto la tristeza más absoluta. He sentido las lágrimas brotar de mis ojos y de tus ojos han brotado más. Al fin has dado un paso y me has abrazado.
- Tanto tiempo, tanto.
El viento susurra ahora en mi oído con tu voz.
- Te he extrañado, no se como he podido pasar sin ti todo este infierno, aunque tu siempre estabas conmigo. Por las mañanas cuando el sol del desierto quemaba mi piel a través de la ropa, tu estabas conmigo, cuando comía más arena que arroz, sentado bajo la sombra de una sábana requemada de tanta exposición, estabas sentada a mi lado. Y por las noches, cuando llegaba lo peor del día, el ruido de las bombas, los disparos, las lejanas metrallas, las coloridas llamas, las explosiones y los lamentos de los hombres, mujeres y niños, tu estabas allí, abrazándome, protegiendo mi cuerpo, pero también mi alma. Porque las almas se perdían en aquel destrozado paraíso. Morían los cuerpos, pero las almas habían muerto hacía mucho tiempo.
- Hoy has vuelto, estás a salvo.
- Si, he vuelto, pero traigo conmigo tanto miedo, tanta sangre, tantas imágenes que no podré olvidar.
- Pero yo estaba contigo, te he dado fuerza para aguantar.
- No, porque odiaba cada momento en que estabas allí, en mi memoria, en mi imaginación, en mi cama. Odiaba que sintieras lo que yo sentía, que vieras las cortinas de sangre, los rios de desesperación de esa gente, la igualdad de los muertos y los vivos, la miseria, la sed y el hambre, los partos desahuciados, las lágrimas secas.
Le he abrazado más fuerte y hemos seguido llorando un buen rato. Al fin ha levantado su rostro y me ha vuelto a mirar. Sus ojos seguían apagados, pero una sonrisa ha asomado a su boca hermosa.
- No hablemos, acompáñame a casa y déjame bañarme en agua limpia. Después acuestate conmigo sobre nuestra cama y déjame abrazarte. Me fundiré contigo para recordar que en este mundo, en este lado del mundo, las cosas son mejores. Que puedo besarte cuando quiera. Y que la calle está limpia de cadáveres. Que los niños aquí no son soldados.
Me da miedo verle así. Ha vuelto pero no se cuanto de el se quedó lejos, en aquel paraiso destrozado, cubierto de tiendas ancladas sobre el árido suelo. No se cuanto durará su sed. O cuando podré saciar su hambre. No se cuando dormirá sin soñar que está allí, aún, bajo el cielo encendido. No se cuando creerá de nuevo que está vivo, aunque su alma se murió mil veces. Tanto tiempo, tanto, y ha vuelto y no lo ha hecho.
- ¿Cuanto de ti se ha quedado en aquel lugar maldito?, ¿cuanto del hombre que fuiste no ha vuelto?. Esboza de nuevo una sonrisa, por favor, la necesito para llegar a casa y abrazarte. Amarte tendidos en la cama para irte quitando capa a capa todo el dolor que has traido de equipaje.

No hay comentarios: