El día 12 de octubre se celebró la Fiesta Nacional. Fiesta de militares y curas, de reyes y políticos. No es mi fiesta. Primero porque no deseo una fiesta nacional en la que se encumbren símbolos patrios que huelen a rancio. No quiero banderas ni fronteras, ni toros de osborne ni águilas. No quiero oro y gualda. Lo único bueno del desfile fue la cabra, festejada por mi como la más coherente de un pasacalles que ensalzó el buen rollo, con aviones que dibujaban estelas en el cielo, legionarios con el pecho al aire y ceñidos calzones, soldaditos españoles (pocos españoles) de un ejercito de opereta. No hubo sangre, ni lágrimas. Unos cuantos agitaban sus banderas, regalo del PP del caudillo Rajoy, al ritmo de la música. Pero como dijo Brassens "Cuando la fiesta nacional yo me quedo en la cama igual, que la música militar nunca me supo levantar". Yo me quedé en casa. Un día insulso. El día del Pilar. El día de la Hispanidad. ¡Que día! También se conmemora la "conquista" de América. Un hecho que se debería acallar, para que no nos remuerdan las conciencias. Hay mucho que pagar. Matamos, robamos, usurpamos... sin medida, en nombre de Dios y de la Patria España, con el beneplácito de los reyes -siempre en nombre de lo mismo, siempre los mismos- fuimos el azote de los indígenas, su plaga de muerte. En fin, que el día de la fiesta nacional fue un día aciago, con el color caqui de la mierda tiñendo la desaprovechada mañana madrileña. No estaba sola, pero los que gritaban no eran de los mios. Los que agitaban las banderas y los que desfilaban tampoco lo eran. Es dificil ir contra la corriente: "En el mundo pues no hay mayor pecado, que el de no seguir al abanderado".
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