He estado esperando la celebración de las Olimpiadas, porque me gusta el deporte, me gusta el espíritu olímpico (aunque tan deteriorado y minusvalorado) y me gusta la juventud que se divierte. Supongo que unos Juegos Olímpicos tienen dos tipos de participantes: el montón, que no aspira a medallas ni a diplomas, pero que son la compañía indispensable que les permitirá, a los elegidos, sobresalir. Y por otro lado, estos elegidos para la gloria que se subirán en un podio que significa, o debería significar, lo mejor del deporte, de la juventud y del esfuerzo limpio y personal.
Hoy en día, quizá desde que volvieron a celebrarse estos Juegos, el deporte solo es una parte de esta celebración. Los intereses políticos cogen a estos deportistas como escaparate de sus éxitos y esto significa que en muchas ocasiones se pasa por encima de la ética deportiva, de la ética símplemente. El padre de los Juegos Olímpicos modernos, Pierre de Coubertin, resumió el espíritu olímpico en estas dos frases, aplicables a la vida en cualquier ámbito: "Lo importante en los Juegos Olímpicos no es ganar sino participar." y "Lo esencial en la vida no es vencer sino luchar bien."
Pero los estados, lo políticos que se arraciman en las fotos con los triunfadores, los representantes más presentables de las vetustas monarquías europeas a los que la televisión enfoca cuando el éxito se produce, no están interesados en el deporte, ni en lo que este debe significar para el desarrollo humano, para la formación identitaria de nuestros jóvenes. Solo les interesa la parte que puedan reconocer como suya en los éxitos, que se reparten como aves carroñeras, dejando muy poco al deportista.
No obstante, el sueño olímpico sigue en las mentes de muchos de nosotros y es bello contemplar el esfuerzo sobrehumano y la alegría infinita que muestran las caras de los participantes y las lágrimas que se derraman en los podiuns.
Hoy hemos ganado una medalla de oro, en ciclismo. Samuel Sánchez, a quién pocos conocíamos fuera del ámbito ciclista nos ha hecho emocionarnos y llorar con él. Y con sus compañeros. La generosidad permite alegrarse del triunfo de un compañero como si fuera tuyo. Pero el sueño olímpico es el triunfo de todos los que han intentado estar hoy allí.
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