jueves, 14 de agosto de 2008

Pekín 2008 Día 6

Hoy está nublado en Madrid y en Pekín llueve a cántaros. En cierta forma me consuela ver la lluvia aunque sea por televisión. La extraño y la añoro. Me gusta la lluvia, que ensancha mi corazón melancólico.
En Pekín han extendido plásticos, lonas, han regalado chubasqueros de colores, han cubierto todo lo posible, pero la naturaleza no permite el desarrollo normal de las actividades. Hace bien, como si hiciera una huelga, la lluvia se convierte en el contrario que entorpece y lucha contra la hipocresía, contra el cambio climático, contra el calentamiento global que se produce rápidamente.
Que a gusto estamos en nuestras casas, coches, oficinas: los dioses calefacción y aire acondicionado nos protegen. Pero como en todos estos casos, ni hay energía para todos, ni es una solución al alcance de todos. Dentro de unos años estos serán lujos imposibles, tal vez como el agua del grifo o la brisa del mar.
En China saben mucho de diferencias. En una población de más de 1.300 millones de habitantes, en una extensión de 9.596.960 km2 (España tiene 504.782 km2) las diferencias de renta percápita, de servicios de todo tipo, de bienestar social, son tremendos.
Sin embargo, sus atletas copan el medallero, se lucen en todos los deportes, hasta en aquellos en los que nunca habían destacado. Han preparado estas olimpiadas como un verdadero escaparate. El problema es que solo enseñan lo que les interesa, aquello que legitima su forma de gobierno y a sus dirigentes.
Nosotros también estamos nublados. El equipo olímpico español se lame las heridas de los cuartos puestos mientras piensan en argumentos que nos expliquen lo que está pasando si se confirman los malos resultados. El miedo empieza a correr por las venas de los dirigentes deportivos que tal vez teman perder sus posiciones de privilegio. Esos puestos que nadie sabe donde se logran, pero que algunos consiguen para toda la vida. Debe ser cosa de la sangre azul de la clase y el dinero.
Pobres mortales, nosotros, sin medallas y sin chofer. Mañana será otro día. Aún nos queda Nadal.

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