No me gustan las despedidas. Tengo este defecto, quizá cobardía. Cuando llega el final, prefiero hacerlo rápido, y si puedo, pasar de el. De modo que no suelo disfrutar los últimos momentos, aunque sea en unas Olimpiadas. Por eso, estos últimos días, me cuesta escribir. Eso, y que no me hago eco del triunfalismo de los periodistas y de los dirigentes deportivos. Parece como si defendieran el honor de España en contra de los otros. Solo les importan el número de medallas, da igual el color o el deporte. Da igual la forma de conseguirlo. Todo da igual.
Ya he comentado que luego llegarán las críticas. Ya se alzan contra Odriozola, presidente de la Federación de Atletismo desde 1989 (¿No son muchos años?). Si lo hacen aposta, no lo hacen igual, que desastre de atletas. Ahora todos esperan que algún maratoniano les salve el cuello. Si consiguen una medalla, se la colgarán todos. No se si habrá bastante.
Hoy una gran decepción. David Cal en K1, seguro oro, ha sido plata. No es que sea mal resultado, pero esta plata es un descenso en el escalón. Más aún cuando nos habían contado los medios deportivos que el triunfo era nuestro. Como siempre, venden la piel del oso antes de cazarla.
Debe ser la influencia de ese grupo de familia real más políticos más dirigentes deportivos más pelotas más enchufados, vestidos todos con la ropa oficial de nuestros deportistas, que se apiñan ante las fotos y las imágenes de las televisiones. Deben moverse como una especie de ola, todos juntos, pegados para no perderse la foto.
Solo quedan dos días.
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