Dentro del espíritu y en lucha con la razón se ciernen sobre mi las dudas. No quiero seguir rodeando el molino, no quiero levantarme cada mañana con el mismo odio, prefiero la libertad y volar como vuelan los pájaros sobre la hierba crecida, o las gaviotas sobre el mar.
Que felicidad, abrir las alas y lanzarte contra el horizonte. Avistar el verde intenso o el azul brillante como si fueran los paraísos perdidos donde anidarás esta noche.
Me busco mi alimento, como ellos, mi pan. Pero mis días y mis noches son el fondo de un lago seco y cuarteado, el sedimento de una vida árida, de un cuerpo del que no brotan ramas.
Pero la cuerda que me ata a la tierra va destejiendo sus nudos y me suelta y lloro con el llanto del alivio y del temor a lo desconocido. Abriré las puertas, los portones, todas las barreas de la tierra que habito, todas las bocas de gente que quiero y les haré beber el aire de la libertad, la lluvia que calmará su sed y el fuego que entibiará sus cuerpos. Y entonces se sentirán libres porque tendrán en sus manos su propia vida y con el salitre del mar olerán la hierba mojada. Terminarán para todos los tiempos de cólera. Y las cadenas caerán rotas sobre el suelo y anclarán en él vacías, llegarán a formar parte de esa tierra pero no se asomarán traidoras sobre los surcos del camino. No nos atraparán de nuevo, os lo prometo.
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