Nunca he sido, desde mi primera juventud, de sentimientos tan fuertes como el odio. No odio a nadie, porque nadie merece ser odiado, hay que ser un poco objetivo y pensar que cada uno de nosotros está simplemente a un lado o a otro y que vemos las cosas de diferente modo. Pero el odio se extiende más allá de las personas, a los conceptos y ahí si quiero odiar: la muerte de los inocentes, el abuso del poderoso, el daño por el daño, la avaricia y la petulancia, la indiferencia... mi trabajo.
Es un conjunto de sentimientos, mi edad, 50 años, lo que según mis jefes no me permite una proyección a futuro (me baso en los hechos, no en las palabras), mi antigüedad en la empresa, 31 años, lo que hoy por hoy supone una visión destructiva desde la dirección: solo derechos y nada de deberes. Así nos ven.
Es cierto que mi ambición no es grande, y mi visión de las cosas ha cambiado. Esta empresa era parte de mi vida, ahora no. Ahora solo quiero que acabe la jornada. Antes, muchas veces, esperaba con ilusión los trabajos del día, ahora no. Ahora solo espero que pasen las horas.
Han puesto a una de las personas más imaginativas de la empresa, a mí, a controlar un sistema de gestión integrado basado en procedimientos, procesos, instrucciones: reglas y normas, uniformidad. Será estupendo para la empresa, pero yo no soy la persona idónea. Pero tengo un título bonito, y la mayoría de los días ni se fijan en mi. Y si se fijan, malo. En realidad, a pesar de tener un gran sueldo y un buen puesto, de tener cierta autonomía y ser, en general, bien tratada, me siento objeto de acoso laboral. No estoy en una esquina olvidada, pero se puede estar en el centro y aislada. Mi segundo al mando, el segundo en el organigrama, me dice con bastante frecuencia, y me lo trasmite de otras formas con más frecuencia aún, que no estoy en los equipos de creación ni decisión. Es decir, que me calle. Que haga lo que me digan y que olvide que tengo una mente despierta, excepto en mis procesos, procedimientos...
Así que en días como hoy, lunes, simplemente me muero de sueño y miro el reloj. Tengo mucho que hacer, pero la verdad es que no domino los temas, no sé muy bien como saldrá mis próximos trabajos y eso me preocupa. Soy responsable. Pero estoy en un ambiente que ya no conozco, los pactos van por encima del trabajo, los pactos de no-agresión entre los nuevos jefazos nombrados nos dejan a los demás en un término medio que casi nadie entiende. Tampoco interesa demasiado entenderlo. Es así y ya está. A callar y a trabajar. Pero yo pienso, pienso mucho y me encuentro aislada.
Me planteo irme de la empresa, aún sabiendo que es solo un sueño utópico. Y me planteo plantarme ante mi médico de cabecera y decirle que no soporto venir cada día hasta el trabajo, a aguantar los mismos chascarrillos, las mismas memeces que todos los días.Y me pregunto de nuevo ¿Odio mi trabajo? Encorsetado, normativizado, conceptual, aburrido, monótono... ¿U odio lo que le rodea, o le adorna? Ese personajillo que nos han metido con calzador para que el personal no se le suba a las barbas al manda más. Que por otra parte ha tenido nuestro apoyo y nuestro cariño -¿Qué difícil verdad?- En momentos cruciales. Aún hoy, creo que nos la jugaríamos por él. Pero está tan equivocado, tan desorientado. Pero el orgullo es fuerte y le tiene cegado por el lado que no le ciega su adlátere. En fin, esperaremos acontecimientos. Cuando menos te lo esperas la vida da un giro.
Es un conjunto de sentimientos, mi edad, 50 años, lo que según mis jefes no me permite una proyección a futuro (me baso en los hechos, no en las palabras), mi antigüedad en la empresa, 31 años, lo que hoy por hoy supone una visión destructiva desde la dirección: solo derechos y nada de deberes. Así nos ven.
Es cierto que mi ambición no es grande, y mi visión de las cosas ha cambiado. Esta empresa era parte de mi vida, ahora no. Ahora solo quiero que acabe la jornada. Antes, muchas veces, esperaba con ilusión los trabajos del día, ahora no. Ahora solo espero que pasen las horas.
Han puesto a una de las personas más imaginativas de la empresa, a mí, a controlar un sistema de gestión integrado basado en procedimientos, procesos, instrucciones: reglas y normas, uniformidad. Será estupendo para la empresa, pero yo no soy la persona idónea. Pero tengo un título bonito, y la mayoría de los días ni se fijan en mi. Y si se fijan, malo. En realidad, a pesar de tener un gran sueldo y un buen puesto, de tener cierta autonomía y ser, en general, bien tratada, me siento objeto de acoso laboral. No estoy en una esquina olvidada, pero se puede estar en el centro y aislada. Mi segundo al mando, el segundo en el organigrama, me dice con bastante frecuencia, y me lo trasmite de otras formas con más frecuencia aún, que no estoy en los equipos de creación ni decisión. Es decir, que me calle. Que haga lo que me digan y que olvide que tengo una mente despierta, excepto en mis procesos, procedimientos...
Así que en días como hoy, lunes, simplemente me muero de sueño y miro el reloj. Tengo mucho que hacer, pero la verdad es que no domino los temas, no sé muy bien como saldrá mis próximos trabajos y eso me preocupa. Soy responsable. Pero estoy en un ambiente que ya no conozco, los pactos van por encima del trabajo, los pactos de no-agresión entre los nuevos jefazos nombrados nos dejan a los demás en un término medio que casi nadie entiende. Tampoco interesa demasiado entenderlo. Es así y ya está. A callar y a trabajar. Pero yo pienso, pienso mucho y me encuentro aislada.
Me planteo irme de la empresa, aún sabiendo que es solo un sueño utópico. Y me planteo plantarme ante mi médico de cabecera y decirle que no soporto venir cada día hasta el trabajo, a aguantar los mismos chascarrillos, las mismas memeces que todos los días.Y me pregunto de nuevo ¿Odio mi trabajo? Encorsetado, normativizado, conceptual, aburrido, monótono... ¿U odio lo que le rodea, o le adorna? Ese personajillo que nos han metido con calzador para que el personal no se le suba a las barbas al manda más. Que por otra parte ha tenido nuestro apoyo y nuestro cariño -¿Qué difícil verdad?- En momentos cruciales. Aún hoy, creo que nos la jugaríamos por él. Pero está tan equivocado, tan desorientado. Pero el orgullo es fuerte y le tiene cegado por el lado que no le ciega su adlátere. En fin, esperaremos acontecimientos. Cuando menos te lo esperas la vida da un giro.
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