Vuelvo a ti, Alejandro, como si fuera una de tus canciones. Vuelvo porque estoy enganchada y necesito amor. Tu pones el rostro, la figura, y yo pongo los sueños, las ilusiones baldías. Pero que más da. Tu en tu sitio y yo en el mio. Hago y deshago. Te acompaño en tus viajes y juego con tus hijos. Y siento que me miras como no has mirado nunca a nadie. Siento que soy todo lo que quieres ver, y que yo, magnánima, te dejo abrirte al resto del mundo, aunque tengo el poder de atarte solamente a mi. Alejandro, me miras con tus ojos y me cantas canciones. Y yo soy perfecta, guapa, pero más que guapa, hermosa, rubia, pero más que rubia, dorada, alta, pero más que alta, de tu medida. Y soy el sol que ilumina tus días. La única mujer a la que miras. La que por fin te ha cambiado. Ahora eres un hombre enamorado y fiel. Casero y serio, aunque tu risa ilumina mis días. A veces pienso que cada uno de nosotros debería poder escribir su historia, elegir su vida y su destino. Si pudiera elegir, ahora, te elegiría a ti. Yo sería yo misma, pero perfecta y mi familia sería la misma, pero ricos y guapos, inteligentes y cariñosos, carismáticos, capaces también de deslumbrarte y enamorarte. Y tu familia sería la tuya, pero me amaría y me vería como otra hija, como otra hermana. Y las familias de ambos se harían una sola familia. Y tus hijos vivirían con nosotros. Y tendríamos más. Todo de cuento de hadas, como tu mismo, mi príncipe azul.
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