Al fin he vuelto. He tenido una semana ajetreada, sin tiempo. Me parece todo tan planificado. La verdad es que tampoco tenía mucho que decir. Mi vida gira en torno a varias cosas, ni .demasiado interesantes ni demasiado entretenidas. Es solo mi vida. Un trocito muy pequeño de este mundo tan grande, donde tanta gente malvive. El aburrimiento significa en mi caso calidad de vida: calor, comida, ocio, vicios legales... Nada demasiado literario. Pero dentro de mi se mueven cosas, pensamientos, ideas que me hacer asomarme a esta ventana y escribir sin ánimo de difusión. Es mi terapia, la forma en la que dejo salir pensamientos y sentimientos que a veces son personales y a veces no. Esta forma de expresarse es ambigua y no necesariamente autobiográfica. Puedo decir lo que quiera y montarme en la nube en la que me apetezca. No hay límites, ni horizonte que frene la imaginación, los sueños. Pero a veces es todo tan prosaico que no se tiene ganas ni de volar. La vida te pesa en los pies y te ata al suelo con cadenas invisibles. La rutina, el trabajo, la misma vida repetida día tras día, acaba en cierta forma, minando tu capacidad de ilusionarte. Y eso es para mi el fin, el terrible fin de un ser humano que ha vivido en las historias de los otros, que ha volado en las alfombras mágicas de oriente hasta mundos felices, que ha amado a hombres dignos de ser amados hasta la muerte, que no la hubieran mirado siquiera si hubieran pasado a su lado. La vida vivida en un papel.
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