viernes, 11 de marzo de 2011

Impetuosa

Dejo aquí un poquito de mi libro.
...
La siguiente vez que el Duque vio a Janne fue de nuevo en la cocina. El ambiente era en verdad festivo.
Las risas eran generales entre las numerosas personas presentes, todo el servicio y alguno de los mozos de cuadra. Al parecer Janne se había comprometido a realizar para todos unas maravillosas crepes francesas rellenas de confitura de frutas o chocolate. Esa tarde todos iban a merendar delicatessen, había anunciado. La voz al parecer se había corrido y allí estaban todos expectantes y con un plato en la mano.
Sobre un aparador habían puesto varias jarras y tazas de té listas para usarse.
Pero lo más curioso era que en el ambiente flotaban nubes blancas. Henrietta, sentada en la mesa de la cocina, tenía delante un enorme cuenco de harina. De vez en cuando metía las manos en él, para después elevarlas y aplaudir mientras se retorcía de risa.
Los ojos del Duque se humedecieron y se quedaron fijos en su pequeña. Nunca, en sus 5 años de vida, la había visto reír así. Despreocupada y feliz.
Observó que, frecuentemente, Janne se acercaba a ella y hacía el mismo movimiento. Luego pasaba varios dedos por las facciones de la niña, que se echaba para atrás, con toda la carita blanca. A su lado, en un canasto, Marie pateaba feliz, cubierta también de harina.
Era una fiesta blanca y sintió el anhelo de formar parte de ella. De sumarse a esa improvisada celebración con la única familia que tenía en verdad, su hija y su personal.
De pronto sintió como los ojos de Janne le llamaban. Le había visto. Primero exclamo un ¡Oh! que tapó con sus manos, poniendo sus mejillas blancas. Al ver la sonrisa del Duque, cogió un plato y acercándose a él con la mirada brillane, le dijo:
– Póngase a la cola Excelencia y enseguida recibirá unas maravillosas crepes francesas.
A los ojos del Duque, Janne bien podría estarle ofreciendo los placeres del cielo, de tan bien le sabía mirarla.
– Siéntese con Henrietta y cuídeme a Marie. Vamos. Se me queman las crepes.
El Duque, obediente, hizo lo que Janne le había indicado. Se sentó a la mesa mientras sus criados le miraban fascinados.
Henrietta se lanzó a sus brazos, que se abrieron para acogerla. Marie intentó gatear hasta él. Al ver lo inútil de sus aspavientos Simon acercó una de sus manos al canasto y lo atrajo hacia sí mientras la felicidad más pura se instalaba en el rosado y blanco rostro del bebé.
Al cabo de un momento los tres fueron agasajados con la exquisita crepe que la propia Janne puso frente a ellos, sobre la mesa. Su boca le susurró muy cerca:
– Le he puesto doble de chocolate Excelencia.
Un segundo más tarde las niñas y el Duque compartían la crepe con las manos y las caras llenas del dulce marrón. El Duque reía sintiéndose, en cierta forma, como el niño que nunca había podido ser.

No hay comentarios: