Paseando por la calle Arenal, en medio de la marabunta me he encontrado en el suelo una blackberry. Tiene una foto en la portada, pero está bloqueado. He sacado la batería para encenderlo, pero tiene pin. De modo que la propia seguridad del teléfono me impide ponerme en contacto con su propietario/a. Es una disonancia habitual en nuestros días. El teléfono se protege a si mismo hasta su muerte en las manos de un extraño. No se si se podrá entrar de alguna manera, o quizá intente liberarlo y usarlo en el caso de no poder encontrar a su dueño/a. De todas formas no creo que sea rentable, dado que tendría que comprarme un cargador, tal vez una conexión usb, y además ni se usarlo ni me interesa. He llegado al punto en que las cosas me interesan en si mismas, por ejemplo un teléfono para llamar, un cámara de fotos para hacer fotos y un mp4 para oir música. Todo podría hacerlo con un aparato como la blackberry, pero lo veo complicado, quizá porque aunque me apunté hace mucho, no nací en la era digital. Antes todo era más sencillo, menos accesible, rápido, pero mucho más terrenal. A menudo me pregunto que hacía yo cuando no existía internet si ahora me paso la mitad del día metida en esta ventana al mundo. También me gustan los relojes para ver la hora y las plumas para escribir, remansos de un pasado que no creo que pueda terminar, aunque estoy pensando en comprarme un dispositivo de lectura de libros digitales, que me permitan ahorrar papel, espacio y me dejen aumentar la letra ahora que tengo la vista cansada. Una disonancia personal. Siempre he amado los libros, no solo lo que contienen, sino los oficios relativos, impresor, corrector, encuadernador, y del mismo modo, los elementos que lo componen, papel, tinta, a veces cuero..., incluso su olor.
Pero los tiempos han cambiado y a pesar de todo yo también he cambiado. Supongo que será para bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario